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La Rusia contemporánea y el mundo. Entre la rusofobia y la rusofilia, Carlos Taibo

Con una prolífica obra en su haber, buena parte de la producción académica del profesor Carlos Taibo se ocupa de la antigua Unión Soviética, Rusia contemporánea, además de Europa central y oriental.  Sus trabajos son un referente en este área de estudios.
 
Así lo avalan sus numerosos títulos entre los que, sin ánimo exhaustivo, cabe mencionar La Unión Soviética de Gorbachov (1989), La disolución de la URSS (1994), La Rusia de Yeltsin (1995), Las transiciones en Europa central y oriental: ¿copias en papel carbón? (1998),  Para entender el conflicto de Kosova (1999), El conflicto de Chechenia (2000), La desintegración de Yugoslavia (2000), La explosión soviética (2000), Rusia en la era de Putin (2006), Historia de la Unión Soviética (1917-1991) (2010) y, entre otros, Rusia frente a Ucrania (2014).
 
En esta fecunda línea de trabajo e investigación, se ubica su nueva entrega sobre La Rusia contemporánea y el mundo. Después de abordar en el primer capítulo los principales rasgos políticos, económicos y sociales que caracterizan la Rusia postsoviética, el autor se adentra en los capítulos restantes en los diferentes aspectos de la proyección internacional de Moscú, eje central de la obra.
 
Pese a que la nueva Rusia (1991) heredó de la desaparecida Unión Soviética (1917-1991) su condición de miembro permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, lo cierto es que su poder e influencia en el mundo declinó de manera considerable. Así se evidenció, en un primer momento, con la subordinación de su política exterior a la dinámica de las potencias occidentales y, en particular, estadounidense durante el tándem formado por el presidente Boris Yeltsin y el ministro de Exterior Andréi Kóziriev (1991-1995).  
 
El reemplazo del mencionado titular de exteriores por Yevgueni Primakov (1996-1999) implicó una política exterior “más independiente”, “propia” y, en suma, asertiva. No obstante, las enormes dificultades internas (económicas, principalmente) y la dependencia de las instituciones económicas internacionales parecieron rebajar la tensión entre Rusia y las potencias occidentales a raíz de “los bombardeos de la OTAN sobre Serbia y Montenegro”.
 
A su vez, el ascenso de Putin al poder (2000) coincide con una significativa subida de los precios del petróleo y el gas  natural que, como apunta  el profesor Taibo, no fue ajena a la proyección exterior de Rusia. Si bien durante buena parte de sus dos primeros mandatos (2000-2004 y 2004-2008), las relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea fueron cordiales, las discrepancias e incluso la tensión no dejaron de aflorar a partir de 2007.
 
Lejos de cualquier compensación, la cooperación rusa se vio menospreciada por la creciente ampliación de la OTAN hacia sus fronteras con la consecuente percepción en Moscú de sufrir un paulatino cerco. A lo que se sumó la respuesta unilateral y militarista de Washington a los atentados del 11-S con la intervención en Afganistán (2011) y la más contestada en Irak (2003); además de las denominadas revoluciones de colores en Georgia (2003), Ucrania (2004) y Kirguistán (2005); y, en suma, la apuesta hegemónica estadounidense en el sistema internacional.
 
En este contexto, Carlos Taibo analiza las relaciones de “cooperación y conflicto” de Rusia en los siguientes escenarios geográficos: en el denominado “extranjero cercano europeo” (Ucrania, Bielorrusia, Moldavia, Transnistria, Kaliningrado y el Báltico); el Cáucaso (Armenia, Azerbaiyán y Georgia); Asia central (Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán); el Ártico; Oriente Próximo y Medio (Libia, Siria, Israel, Irán y Turquía); el lejano Oriente (China, Japón, las dos Coreas e India); además de una escueta referencia al África Subsahariana y América Latina.  
 
Del mismo modo, el autor aborda las organizaciones internacionales promovidas por Rusia, en concreto, la Comunidad de Estados Independientes (CEI), la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), la Unión Económica Euroasiática (UEE) y el grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
 
En esta misma línea, analiza los fundamentos de la política exterior rusa, haciéndose eco de algunas controversias en torno al euroasianismo (de tintes conservadores), la lógica imperial  (más reactiva o defensiva que proactiva u ofensiva) y si se asiste o no a una nueva guerra fría (metáfora un tanto abusiva que, entiende, parece empañar más que aclarar la naturaleza de las relaciones y disparidad de poder entre Estados Unidos y Rusia).
 
Por último, el autor se adentra en el laberinto de las percepciones, esto es, de la rusofobia y rusofilia, dando cuenta de las pasiones encontradas que suscitan ambas visiones, muy escoradas en los extremos “ideológicos-emocionales”. Un tema que, además de ocupar el subtítulo de la obra, llama la atención la coincidencia, desde ángulos opuestos, de una “rusofilia de derechas y de izquierdas”.
 
Finalmente, en el balance que realiza al concluir el texto, recuerda el peso que ha tenido la geografía y el clima en la historia de Rusia e incluso en la configuración de sus diferentes sistemas políticos, al mismo tiempo que advierte sobre la debilidad de su poder. Más allá de las apariencias, considera que Putin carece de un “proyecto claro” y de suficiente “autonomía de decisión” al estar sujeto tanto a importantes presiones internas (oligarcas, dirigentes de repúblicas y regiones, militares, formaciones nacionalistas e Iglesia ortodoxa) como externas (fuerzas económicas, principalmente).
 
Sin menospreciar el entorno inestable y conflictivo en el que Moscú tiene que hacer frente  a diferentes desafíos. No de los menos importantes es el control de los territorios limítrofes y, en general, del espacio postsoviético y área de su tradicional influencia. En concreto, Rusia apuesta por una política claramente antihegemónica, esfuerzo del que no puede valerse por sí sola y, en consecuencia, requiere del contrapeso que puedan ejercer otras potencias regionales y mundiales.
 
Carlos Taibo no considera que Rusia sea un “patrón de moralidad y eficiencia” en materia “política, económica y social”. Si embargo, semejante afirmación no implica un “lavado de cara” de los sistemas occidentales sobre los que se expresa igualmente crítico. Dicho con sus propias palabras, que cierran este recomendable obra:
 
“Parece que tenían toda la razón quienes, en los años iniciales de la vida de la Rusia independiente, a principios de la década de 1990, cayeron en la cuenta de que todo lo que la propaganda soviética afirmaba sobre la URSS era mentira, pero, desgraciadamente, todo lo que esa misma propaganda aducía sobre las miserias del capitalismo occidental era verdad”.

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